El prof, Antonio Piñero nos describe los antecedentes del diablo judío en las civilizaciones con las que convivió el pueblo hebreo y de las que se sirvió el judeocristianismo para componer al suyo propio.
Egipto, vecino de Palestina, tierra de dioses, apenas si ejerció influencia alguna en la formación de las concepciones sobre el Diablo en Palestina, ya que la religión egipcia no tiene propiamente una concepciónclara del demonio.
Aunque en Egipto existe una Enéada (Nueve) dioses primordiales (Re/Atum –> Shu/Tefnet –> Geb/Nut –> Osiris-Isis/Seth-Nephtys), se debe tener en cuenta que laEnéada es más como una secuencia lógica que una narración mitológica.Por ello puede decirse con propiedad que en la religión antigua de Egiptotodos los dioses son manifestaciones o modos de una única divinidad suprema: Re/Atum.
El universo es un ser viviente que vive ordenadamente conforme al impulso de esa divinidad primordial. El Demonio o el Mal no existe como algo personificado. Es simplemente el quebrantamiento del orden, algo acaecible tanto en el ámbito de los dioses inferiores como entre los humanos. Los dioses pueden ser ambivalentes: unas veces se muestran a los hombres como buenos, otras como perversos y dañinos. Quizás la personificación del mal, el dios más “diablesco” de todos, sea el antagonista de Osiris-Isis-Horus, Seth, divinidad del desierto, de la sequedad, del calor abrumador y tórrido, de la angustia de la calentura.
Los hombres mismos actúan como demonios al romper por su perversa voluntad el orden del universo. Al morir, los seres humanos malvados son arrojados a un reino de sombras, subterráneo, donde son atormentados y consumidos por las mandíbulas de ciertos demonios, en realidad dioses de una escala aún más inferior, o por el fuego del dios Re.
El mundo mesopotámico sumerio, acadio y asiro babilónico constituye uncontinuum religioso dentro del ámbito semita. Los pueblos acadio y asiriose superpusieron sobre los sumerios en Mesopotamia ya desde el tercermilenio a.C. y aceptaron muchas de sus nociones religiosas.
El pensamiento religioso mesopotámico es muy diferente del egipcio: el orden no reina por sí solo en el universo, por disposición divina. Por el contrario, el mundo se halla de modo espontáneo en medio de un constante desorden; el cosmos está siempre agitado y desquiciado por continuas desgracias, y son los dioses, con sus intervenciones, los que deben restaurar perennemente un orden siempre violado.
Aunque en Mesopotamia no existe aún una figura del Diablo como tal, sí encontramos la concepción de un mundo aéreo bien poblado de demonios, seres malignos. El origen de estos demonios está ligado al origen de los dioses y del mundo, a la cosmogonía, y fue así:
La pareja primordial de dioses, que existía desde siempre, Apsu y Tiamat el abismo, el agua o el caos primigenio vivían felices durante infinitos siglos sumidos en la paz de una nada abismal. Pasado el tiempo sintieronla necesidad, sin embargo, de engendrar diversos dioses. Éstos no fuerontan pacíficos como sus progenitores y comenzaron a disputar entre ellosy con sus padres.
Apsu decide acabar con su progenie, puesto que le resulta en extremo molesta. Para ello cuenta con la ayuda de uno de sus mismos hijos, Mummu. Pero los dioses más jóvenes se enteran del funesto plan y se entabla una dura pelea, en la que las nuevas divinidades vencen a Apsu y a Tiamat y se apartan de ellos construyéndose para sí una “casa pacífica” (el universo) donde reinan por su cuenta. En ella la divinidad Ea engendra a Marduk, el dios supremo de Babilonia. Pero Tiamat proyecta vengarse de su progenie y engendra otros hijos distintos de los dioses uniéndose al dios Anu: éstos son una suerte de seres gigantescos parecidos a los Titanes griegos, que habían de oponerse a sus hermanastros, los dioses de la primera generación.
Entre esos Gigantes el principal es Kingu, y Tiamat, para ayudarle en esa tarea de venganza, vuelve a engendrar a una serie de seres horrendos, demonios de horrible figura, escorpiones, centauros y otros seres espantosos. Pero el elegido nuevo jefe de los dioses (hijos de Apsu y Tiamat), Marduk, dios de Babilonia, da buena cuenta de Kingu y de su madre. Tras derrotarlos de nuevo, divide a Tiamat en dos usando su cuerpo (el agua primordial) para crear un cosmos diferenciado: el cielo arriba; la tierra, abajo. Los dioses morarán en la parte superior.
Los demonios, como dioses inferiores, no son destruidos; siguen existiendo y tendrán diversos cometidos: los annunaki (hijos de Anu) son los carceleros, en el infierno, de los malvados ya fallecidos; los utukku viven en los desiertos y hacen daños a los que pasan por allí; otros demonios se especializan en plagas, enfermedades o en provocar catástrofes, como terribles tormentas. Labartu, que porta una serpiente en cada mano, ataca a niños, madres y nodrizas. El más terrible de todos es Lilitu, diosa sin progenie, nocturna, rodeada de chacales y lechuzas, que discurre por el mundo de noche atacando a los hombres, matando niños y bebiendo su sangre.
Algunos dioses, también de naturaleza dañina, se encargan además, de la “vida” y los poderes subterráneos con su cortejo de males. Estos dioses ctónicos también pueden considerarse “demonios” o seres maléficos. El más importante es Ereshkigal, la reina de las tinieblas, la diosa de la destrucción, de las plagas y de la muerte. Por si fuera poco, los espíritus de los muertos podían también ejercer de demonios. Los difuntos llevan en el interior de la tierra una vida de sombras, casi sin necesidades; pero sí tenían algunas: podían aparecerse a los vivos y molestarlos con diversos daños si no les ofrecían sacrificios de los alimentos necesarios para continuar su débil existencia.
Al menos desde la reforma de Zaratustra (quizás entre los siglo VI al IV a.C.), la religiosidad indoirania se desarrolló pronto en una religión con rasgos muy definidos, que ejerció, además, un notable atractivo fuera de sus fronteras. En concreto, las concepciones iranias sobre el Espíritu del Mal y sus ayudantes habrían de influenciar notablemente al Judaísmo.
Según los iranios, existe desde el principio una divinidad suprema llamada Ahura Mazda (también denominada Zurván en las regiones occidentales); pero ésta no se halla sola; ha engendrado a dos Espíritus, iguales y contradictorios: Spenta Mainyu (posteriormente llamado
Ohrmudz), el espíritu del Bien, y Angra Mainyu (luego denominado Ahrimán), el del Mal, el Espíritu de la mentira, pues ésta es la esencia del mal para los iranios. Cada uno de esos dos espíritus concentra su energía divina en crear diversos seres y entidades.
Mientras el Buen Espíritu sólo engendra cosas buenas, el malo, Ahrimán,se dedica a crear únicamente cosas malas, entre ellas los malos deseos yapetencias, la concupiscencia, el desorden, los animales perniciosos y dañinos como escorpiones y reptiles, y las fuerzas destructivas, como tormenta, sequía, enfermedad y muerte. Todo lo que existe, el universo y la existencia humana se halla influido y determinado de algún modo por la lucha constante de estos dos poderes iguales y antagónicos: el
Bien y el Mal; la Vida y la Muerte; la Luz y las Tinieblas. Pero esta batallatendrá un final feliz, pues se acabará imponiendo el reino del Bien: el delMal quedará destruido; los justos serán separados de los malvados y elorden del universo definitivamente restaurado.
La concepción misma del universo material está dominada también poreste dualismo y por la astrología: el cosmos se concibe como dividido enmundo de arriba y mundo de abajo, ambos en oposición. Igualmente, elinflujo de los astros concebidos quizás también como espíritus sobre elhombre puede ser sano o maléfico. En el ámbito de lo moral aparece delmismo modo este antagonismo reflejado en la oposición en el hombre del impulso hacia las acciones buenas o hacia las malas.
El Mal Espíritu, Ahrimán, tiene multitud de ayudantes que cooperan con él en su perversas tareas de lucha contra el Bien. Sus satélites fueron creados por él precisamente para ayudarse en su combate contra elBien. De hecho, cuando mueren los hombres malvados se conviertentambién en demonios. Angra Mainyu, o Ahrimán, tiene un consejo de siete diablos principales que son como el estado mayor que planea el mal en general, guiado por un octavo, la Ira. Los otros siete son: Perversidad, Apostasía, Anarquía, Discordia, Presunción, Hambre y Sed.
Existen también unos cincuenta demonios subprincipales que personifican las fuerzas maléficas que reinan en el universo, así como los impulsos hacia los vicios. Uno muy importante era Zahhak (Azhi Dahaka), un dragón con tres cabezas y un cuerpo como de serpiente y escorpiones. El resto de los demonios, igualmente, la tropa maléfica de a pie, se halla presto a instigar siempre a los humanos hacia el mal. Los demonios pueden cambiar de figura, y Ahrimán, el Príncipe de las Tinieblas, adopta la forma de león, serpiente o cualquier otra. Este poder de metamorfosis forma parte de su potencial de engaño, correspondiente a su naturaleza de Mentiroso.
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